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Una locura: caza de coyotes y conejos en Antelope Valley

Cuando llegaron los primeros colonos al Antelope Valley a principios del siglo, se encontraron con una gran diversidad de fauna salvaje, que incluía animales que siguen muy presentes en nuestro paisaje desértico: los coyotes y los conejos.


A menudo, los coyotes hambrientos destrozaban los gallineros de los granjeros de Antelope Valley. Este problema hizo que muchos residentes se dedicaran a la caza extensiva de coyotes en el valle, lo que a su vez supuso que su población menguara. De hecho, en 1892, el Banco Lancaster Antelope Valley añadió a sus servicios la compra de cráneos de coyote, anunciando que "Adelantaremos dinero a cambio de cráneos de coyote; traiga sus cráneos al Banco y nosotros nos encargamos del resto" (Gurba, 2005). Además, las tiendas locales fomentaban la caza de coyotes al aceptar pieles de coyote y productos agrícolas a cambio de mercancía de la tienda (Gurba,2005). Ver las figuras 1 y 2 con imágenes de caza de coyotes y pieles.

Figura 1: Coyote capturado en una trampa en 1902 en Lancaster (Gurba, 2005; Foto de las Colecciones MOAH).

Figura 2: El trampero Harold True con muchas pieles de coyote (Gurba, 2005; Foto de las Colecciones MOAH).


La caída en la población de coyotes hizo que se disparara la de los conejos de cola de algodón y las liebres. Según el testimonio de varios de los primeros residentes, en el desierto deambulaban enjambres de conejos. Evan Evans, uno de los pioneros, dijo que por las noches parecía que se movía la tierra porque había muchísimos conejos (Gurba, 2005). Los conejos causaban grandes daños a las cosechas y a las instalaciones, así que los ciudadanos volvieron a recurrir a la caza para reducir su población.


Entre 1870 y 1920, los residentes de AV organizaron cacerías de conejos en las que se cazaban cientos de ejemplares. La gente iba a caballo o a pie para rodearlos y acercarse a ellos, y los llevaban a corrales donde los mataban a garrotazos (Gurba, 2005). En fotos de 1872 se pueden ver manadas de conejos llevados a estos corrales (Ver las Figuras 3 y 4). Las mujeres y los niños también participaban en estos actos (Ver las figuras 5 y 6). Todos los domingos llegaban trenes con gente de Los Ángeles deseosos de participar en la matanza de conejos. Una vez que mataban a los conejos, volvían a la ciudad para comer (Ver la figura 7). Al parecer, la carne sobrante se donaba a orfanatos de Los Ángeles (Gurba, 2005).

Figura 3: Fotografía de 1872 de una caza de conejos (Gurba, 2005; Foto de las Colecciones MOAH).

Figura 4: Fotografía de 1872 de conejos llevados al corral (Gurba, 2005; Foto de las Colecciones MOAH).

Figura 5: Fotografía de 1902 con mujeres y niños cazando conejos (Gurba, 2005; Foto de las Colecciones MOAH).

Figura 6: Fotografía de 1910 de una provechosa caza de conejos (Gurba, 2005; Foto de las Colecciones MOAH).

Figura 7: Fiesta de caza de conejos (Gurba, 2005; fotografía de las colecciones del MOAH).


En el departamento de colecciones del MOAH se conserva un libro de un proyecto de investigación estudiantil titulado "Mirages, Mountains, and Mysteries: Un estudio regional de Antelope Valley", que fue compilado por un grupo de ciento treinta alumnos de séptimo y octavo grado del equipo II de la escuela Park View en 1972 (Ver la Figura 8). En este texto aparecen entrevistas a los primeros residentes de Lancaster que sí recuerdan las primeras cacerías de conejos.


Buddy Redman, que llegó por primera vez a la región en 1911, habló de las cacerías en una entrevista con los estudiantes Sue Waligora, Liz Owens y Tim Fuller. Recordó sus propias cacerías de conejos, y dijo que los granjeros que tenían campos de alfalfa ponían cercas de alambre de malla para que no entraran los conejos. Después de cosechar la alfalfa y cuando quedaban solamente los rastrojos, "salía por la noche y hacía un agujero en la valla para que los conejos entraran y se comieran los rastrojos". Por la mañana, Redman "cerraba el agujero, y dejaba que entraran entre veinticinco y treinta conejos en una noche". Luego cogía las pieles de conejo, las prensaba, las metía en un saco de yute y las etiquetaba para la Los Angeles Soap Company. La empresa le pagaba hasta seis céntimos por cada piel" ( Estudiantes de Park View, 1972).


Por otra parte, Hugh Griffith, un residente que llegó a Lancaster en 1925, entrevistado por el estudiante Jan Russell, también recuerda la caza del conejo, pero de otra manera. Fue a cazar conejos en 1930 y en la entrevista dijo que había tantos conejos que apenas se podía ver el suelo en algunas partes. Había muchos tipos de cazas de conejos. La que a él más le gustaba era en la que se sentaban dentro del coche y entonces alguien encendía los faros y se bajaban de un salto para golpear a los conejos y matarlos. Pero lo hacían por diversión. Cuando había demasiados conejos, los hombres se agrupaban para cazarlos. Todos marchaban por la maleza y ahuyentaban a los conejos, luego ponían trampas y los mataban. Se comían a algunos de los conejos, como los de cola de algodón, pero las liebres tenían una carne muy correosa" (Park View Students, 1972). Griffith también cuenta que era complicado apuntar a los coyotes y que huían con rapidez hacia la oscuridad.

Figura 8: Portada de "Espejismos, montañas y misterios" (Colecciones MOAH).


Por fortuna, hoy en día no tenemos estos problemas de población desbordada de conejos y sí tenemos estas extraordinarias imágenes para recordar.


Obras citadas

Gurba, Norma H. Imágenes de América Lancaster. Arcadia Publishing, 2005.


Park View Middle School. "Espejismos, montañas y misterios un estudio regional de Antelope Valley". 1972. Colecciones MOAH.

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